Plantas desconcertadas que ante las altas temperaturas ‘creen’ que ha llegado la primavera y comienzan a florecer mucho antes de lo que indicaría su ciclo natural; o abejas reina que interrumpen la invernada y se arrancan a poner huevos de nuevo cuando, en teoría, no toca. Son dos de las consecuencias que ha traído al campo el ‘invierano’, el juego de palabras con el que se ha bautizado el invierno teñido de verano que se está viviendo, y que ha dejado en el primer mes del año temperaturas de hasta 30 grados en diferentes puntos de España.
En Extremadura, la media calculada para todos los puntos de la comunidad autónoma fue en enero de 10,4 grados centígrados, 2,6 grados por encima del valor de referencia (7,8 grados), un registro que la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) califica de ‘extremadamente cálido’. Eso supone que se encuentra fuera de todo el rango de mediciones obtenido en las tres décadas que se emplean como referencia (1991-2020).
Este desbarajuste climático aumenta la exposición de muchas producciones agrícolas a posibles eventos extremos que puedan producirse en los próximos meses y puede tener consecuencias en su productividad. A largo plazo, si los patrones siguen replicándose, el impacto en el campo extremeño será también importante, y obligará a introducir cambios en qué se podrá cultivar o en las técnicas que habrá que utilizar para hacerlo.
«La parte más negativa» de este calor tan atípico «es el desconcierto en las plantas, que empiezan a ‘pensar’ que están en primavera e inician su proceso normal de crecimiento y desarrollo, que acaba en la floración, la época más crítica en un frutal», esgrime José Miguel Coleto, catedrático de Producción Vegetal de la Universidad de Extremadura (UEx). Que a estas alturas del año haya almendros o ciruelos en flor aumenta el peligro de que posibles heladas que se produzcan en los meses de marzo o abril mermen su productividad. La falta de acumulación de horas de frío, que tiene que producirse hasta «aproximadamente el 15 de febrero» es otro problema para algunas especies. No obstante, puntualiza Coleto, esta carencia afecta más a los frutales de pepita, con muy poca presencia en la región, y a los cerezos, mientras que los frutales de hueso, en general, se ven menos perjudicados, entre otras cuestiones porque las «variedades que se están plantando» actualmente en Extremadura tienen menos exigencia de frío invernal que las tradicionales. En cuanto a los cereales, de momento, «están bien». Y así podrían continuar siempre que les lloviese en marzo. En cambio, si la primavera viniese corta de agua, «como no ha profundizado mucho la raíz, que es algo que hace con las heladas», podrían resentirse.
El lado positivo
De otro lado, como contrapartida positiva, «cuando hay estas temperaturas, hay humedad». Así, aunque no lloviese mucho más hasta primeros de marzo, apunta, «creo que tendríamos humedad suficiente» en el campo, lo que facilitaría que los pastos creciesen más. Este año, remarca, «hay una producción de pastos enorme, que además ha coincidido con una montanera histórica», destaca Coleto.
Lo que está sucediendo estas semanas se enmarca en una tendencia emprendida ya hace años. Entre 1930 y 1980 la fecha de la primera helada en Badajoz llegaba «sobre el 23 o el 24 de noviembre», aduce este catedrático. Ahora, agrega, «hay veces que ni siquiera se produce en diciembre». Desde 1990 ha habido incluso dos años en los que no se ha tenido noticia de ninguna.
A la larga, todos estos cambios harán inevitable que haya una «migración» de cultivos, vaticina. Habrá unos «que hemos hecho toda la vida que tendrán que irse más al norte», mientras que otros que antes «no se daban» empezarán a ser una buena alternativa. Entre estos últimos, están los cítricos, que comienzan «a no sufrir en Extremadura, cuando antes cuatro o cinco años de cada diez la cosecha era nula por las heladas invernales», detalla Coleto, que recuerda que «hace unos años» el naranjo apareció en la provincia limítrofe de Huelva, pero en zonas muy limitadas y por debajo de los 50 metros de altitud, para sortear el riesgo de heladas. En cambio, ya se puede ver en la comarca de El Andévalo, a un centenar de kilómetros de la región. Por el contrario, otros como el viñedo, «si queremos mantener la calidad», podrían verse desplazados.
Extremadura es la segunda comunidad autónoma española con mayor superficie de viñedo, con más de 83.000 hectáreas. De cara a la próxima vendimia, las lluvias abundantes en invierno, como las caídas en el inicio de este año, «contribuyen a las reservas hídricas de los suelos, lo cual es positivo de cara a un buen inicio de la próxima campaña», esgrime Francisco Jesús Moral, catedrático de la UEx e ingeniero agrónomo.
Cuestión aparte, matiza, son «los eventos de lluvias torrenciales, cada vez más frecuentes debido al calentamiento global», ya que «dan lugar a una erosión muy importante en zonas con pendiente y de anegamiento en zonas bajas», efectos ambos «muy perjudiciales para el viñedo a largo plazo». En cuanto a los periodos de calor inusuales para esta época, añade, «el efecto sobre el viñedo es de adelanto de la brotación, lo cual puede tener efectos muy negativos si sobrevienen heladas tardías más adelante, o podría tener efectos positivos en aquellas zonas sin heladas de climas muy cálidos, como en Extremadura».
Moral fue el investigador principal de un estudio sobre las consecuencias del cambio climático en este cultivo que se presentó a finales de 2022. «Se conoce bien que las temperaturas más altas, producto del cambio climático, afectan a la uva y a la industria del vino», alega. Este impacto se traducirá, posiblemente, en un adelanto de «los eventos fenológicos de la planta, con maduraciones muy rápidas por incremento de las temperaturas en la fase de maduración», y con «una menor acidez en la uva y un incremento del azúcar y del alcohol en los vinos».
Además, el calor más intenso repercute en diversos compuestos claves para la calidad de las uvas y de los vinos. «Se esperan cambios en los aromas y en la composición de los antioxidantes», asegura. El mayor estrés hídrico, acentuado por las menores precipitaciones, también hará que la cantidad de producción tienda a la baja.
Aunque la vid «es una planta excepcionalmente adaptada a climas cálidos», Moral reconoce que «es muy difícil» pronosticar qué pasará con el viñedo en un futuro. A su juicio, «parece prudente diagnosticar» que los territorios idóneos de cultivo «y sobre todo para producciones de calidad, se van a ir desplazando a zonas más elevadas, buscando condiciones menos cálidas en la fase de maduración», que se produce entre agosto y septiembre. Asimismo, considera que «la mejora genética de variedades y portainjertos será crucial», así como contar con plantas «autóctonas adaptadas a climas cálidos».
Menores producciones
«Los efectos del cambio climático serán múltiples, pero en general se espera una reducción de las producciones que incluso puede amenazar la viabilidad económica de los cultivos», ya de por sí, «bastante amenazada», sostiene Abelardo García, ingeniero agrónomo y profesor de la Escuela de Ingenierías Agrarias de Badajoz.
Por otra parte, continúa, «la calidad de las producciones también se verá afectada, aunque dependerá de cada cultivo». A su juicio, serán los de secano los que más van a sufrir el cambio climático: cereales de invierno, leguminosas, oleaginosas, olivar y viñedo de secano. Los cultivos de regadío, frutales y hortalizas, defiende, «podrán afrontar mejor el calentamiento siempre que dispongan de recursos hídricos adecuados». De no ser así, se verán incluso «más dañados» que los de secano. «Afortunadamente, Extremadura dispone de amplios recursos hídricos para afrontar el gran reto al que nos enfrentamos, aunque será imprescindible hacer un uso adecuado de ellos aplicando técnicas de riego más eficientes», arguye.
Las plagas y enfermedades cambiarán igualmente a medida que lo hagan las condiciones climáticas. «Ya hay muchos ejemplos en la actualidad. En general, no necesariamente habrá mayor incidencia», apunta este ingeniero agrónomo. Cree en cualquier caso, que «lo más preocupante» son las de nueva aparición, a las que habrá que hacer frente «en forma de técnicas de cultivo y tratamientos que deberán autorizarse, lo que no es rápido». Otras prácticas culturales, apostilla, deberán adaptarse. En relación con el viñedo, además del cambio de variedades, menciona los sistemas de plantación o el manejo de los suelos, la vegetación y las podas, entre otras.
El calentamiento podría tener, sin embargo, «algún efecto positivo, permitiendo el cultivo de especies y variedades más exigentes en temperaturas, aunque este aspecto debe ser analizado con mucha precaución y precisión», argumenta. En este sentido, actualmente dos grupos de investigación de la UEx (Cafex y Alcántara) «estamos redactando un proyecto de investigación que precisamente pretende valorar esta posibilidad en Extremadura».
Impacto en la dehesa
A largo plazo, el aumento de las temperaturas y de la aridez es igualmente una amenaza para las especies forestales. «En general», las zonas adecuadas para «casi todas» ellas se irá desplazando hacia el norte de la Península, explica Ángel Felicísimo, catedrático del Departamento de Expresión Gráfica del Centro Universitario de Mérida de la UEx. Él ha coordinado un proyecto en el que se analizan los posibles efectos del cambio climático sobre los principales componentes vegetales de los paisajes españoles. En el caso de Extremadura, la peor parte se la llevará previsiblemente el alcornoque, «que necesita unas precipitaciones en verano por encima de ciertos límites». Los «modelos y escenarios» planteados en el estudio apuntan a que este árbol «lo va a pasar mal» y podría caer en un progresivo «decaimiento» en las zonas de la región que se viesen más afectados por el mayor calor, sobre todo en el estío, y por las sequías más intensas. Los resultados abren la puerta a «una reducción, que puede ser importante», de su masa forestal.
Del lado opuesto, podrían aparecer territorios propicios para los alcornocales en otras regiones, como Galicia, aunque, matiza Ángel Felicísimo, no se trata de zonas que limiten con aquellas en las que se encuentra actualmente, lo que haría complicada su expansión hacia ellos.
Para la encina, los modelos elaborados dan margen a un mayor optimismo, pues de ellos se deduce que «van a resistir mucho mejor», aunque, puntualiza este experto, será siempre que las variables climáticas se mantengan dentro de los márgenes considerados y no vayan todavía a peor.
También se presenta ambivalente el efecto que el calentamiento del clima podría tener sobre las dos plagas que más afectan a la dehesa. Si en el caso de la seca, habría «buenas noticias», ya que el hongo que la provoca «se vería perjudicado» al haber menor humedad, en el del coleóptero cerambyx, se vería potenciado.
Estas situaciones tan infrecuentes no solo cogen con el pie cambiado a muchos cultivos, también a sus polinizadores, vitales para el desarrollo de las producciones agrarias. Entre ellos, a las abejas. «Después de temperaturas bajas ahora se viven días prácticamente de primavera, lo que vuelve locas a las plantas y a las abejas», asevera Paulino Marcos, responsable de la sectorial de apicultura de Asaja Cáceres.
Cuando llega la invernada, «las reinas dejan de poner y hacen una parada hasta que pasa el frío», detalla. Esta vez, «a los dos días» de que se produjesen «las dos heladas más grandes» de todo el invierno «tenemos 20 grados. A la reina le da la impresión de que llega la primavera y empieza a colocar huevos. Si la semana que viene o dentro de diez días vuelven a bajar las temperaturas, no van a tener suficientes abejas para cuidarlos y se morirán y las colmenas lo pasarán muy mal», incide Marcos, que tiene muy claro que si el frío no llega ahora, lo hará «en marzo o en abril y entonces hará mucho daño». «Lo suyo es que fueran bajando paulatinamente las temperaturas y que se mantuviesen un tiempo para retardar un poco la floración de las plantas», resalta.
No es el único perjuicio motivado por el cambio climático al que alude este apicultor, que menciona también el aumento de la incidencia del ácaro de la varroa, que incrementa la mortandad de colmenas, o el daño que ocasionan la falta de lluvias o las olas de calor veraniegas. Por un lado, escasea la alimentación, lo que obliga a elevar la aportación de la artificial. Por otro, las abejas «no tienen suficiente agua para refrigerar la colmena. La miel y la cera a cuarenta grados se derrite y se muere entera». «Si a eso le sumamos» que cuando hace tanto calor «tenemos a los abejarucos volando encima y no las dejan salir a buscar agua» estos insectos acaban «fundiéndose» en sus panales.
«30 grados en enero es algo que altera por completo el funcionamiento del ecosistema»
«No es normal tener zonas con 30 grados en enero, es algo que altera completamente el funcionamiento del ecosistema. Eso es incuestionable», asevera Santiago Martín Barajas, portavoz del Área de Agua de Ecologistas en Acción. «Lo que es a la biodiversidad le afecta, y mucho», insiste. «Si viene una helada en marzo, acabará con toda la floración que ha empezado ya», agrega. Y eso impactará sobre el «alimento de una serie de invertebrados» sustento a su vez de otras especies. Otro ejemplo: las aves que «ante estas altas temperaturas», comienzan «a sacar crías» que, de forma pareja a como sucede con las plantas, quedan expuestas a que venga una posible racha de frío en las próximas semanas que acabe con ellas. En este escenario de calentamiento generalizado y sequía Martín Barajas considera una «auténtica aberración» que se sigan planteando proyectos de regadío como el de Tierra de Barros. «Pondrán 15.000 hectáreas de regadío para las que luego no tendrán agua con la que regarlas», pronostica.